I
La muchacha de pelo rubio, lacio
y rostro lánguido, la llevaba en una mano, sin prestarle atención mientras
caminaba hacia la boca del metro conversando animadamente con un hombre mayor,
de pelo corto, y traje oscuro que imaginé su padre.
También las cargaban esos jóvenes
que paseaban entre bromas y canciones que yo desconocía por La Gran Via de
Madrid.
Ya en el metro, la portaba un
joven de remera negra, que parecía ser uno de esos muchachos que pasan mucho
tiempo en el gimnasio y que se hacía arrumacos con su novia en un costado del
coche.
Y luego también la vi, enrollada
en el regazo de una señora de unos 60 y tantos años, que lucía orgullosa un
pelo gris plateado: Sus ojos atentos y azules parecían mirar el mundo desde
cierta altura que solo ella conocía. Recuerdo también que su saco de piel
sintética escondía un vestido dorado y largo con motivos de animal print.
Todos ellos, la muchacha de
lánguido rostro que caminaba hacia la boca del metro junto a un hombre mayor
que imaginé su padre, el grupo de muchachos que cantaban en la Gran Vía, el
chico de remera negra, y la señora de mirada altiva habían concurrido sin dudas,
y como tantos otros, al desfile militar con la que el reino de España celebró,
como todos los años, el 12 de octubre y ahora se retiraban cada uno por su
lado, también como tantos otros, portando, plegadas en pequeños rollitos, sus
banderas nacionales, unas de plástico, como las que se venden en los estadios
de futbol.
No lo supimos hasta instalarnos
en un pequeño departamento del barrio de Chueca, que Madrid y toda España,
festeja en el 12 de octubre a toda pompa, con un desfile militar, y por
supuesto, con reyes, presidente y altos funcionarios de gobierno como
principales invitados al evento.
Cuentan que en los tiempo del “generalísimo”,
se festejaba (al igual que en casi toda américa) en ese día, el “día de la raza”,
pero alguien les ha dicho que “raza” es un concepto que se aplica a toda la
especie humana y no solo a un grupo nacional, y han tenido que cambiarle el
nombre por otro más acorde a los nuevos tiempos. Y el que han encontrado es uno
que suena muy ecuménico: “El día de la hispanidad”.
Nos pareció, cuando menos
curioso esto de festejar la hispanidad con un desfile militar, es decir, con
máquinas de guerra en las calles. Porque al festejar ese día en especial y de
ese modo, lo que en verdad parece celebrarse, es el hecho, a estas alturas
indiscutible, de la matanza, la conquista, el genocidio, y el saqueo perpetrado
contra todo un continente y poco importa en estas líneas discutir el tema de si
antes del 12 de octubre de 1492 el continente americano era libre o no, o
indagar acerca del carácter sanguinarios de algunos imperios del “nuevo”
continente, sino decir, simplemente, que si un estado saca sus aviones, sus helicópteros y sus tanques de guerra a la
calle para festejar, lo que en verdad se festeja, en este o en cualquier idioma
del mundo, no es otra cosa que el poder represivo y de destrucción es ese
estado posee.
O quizás no sea así. Quizás para
algunos esté si sea un buen modo de celebrar la “hispanidad”: España nació de
la guerra de varios reinos cristianos contra los moros, España creció con los
reyes católicos en la guerra contra otras naciones europeas, y España sostuvo muchas
de esas guerras, en buena parte, gracias al oro y la plata que a fuerza de
sangre, fuego, cruz y espada extraían de américa.
Claro, habría que decir, que
muchas de esas riquezas no se quedaban en España, sino que iban a parar directamente
a las manos de algunos extranjeros, que eran quienes financiaban los gastos de las
guerras que hacían grande al reino español, a la vez que lo iba a hacer
languidecer lentamente, pero eso ya sería motivo de otra crónica, así que mejor
dejarlo así.
Cuando pienso en España, lo que
primero se me viene a la cabeza es la lengua, luego pienso en Cervantes y en su
Quijote, y en toda la literatura que he leído y en la que aún no, desde Galdós
a Lorca, desde Hernandez a Almudena; luego en la nuestra, en Borges y en Tuñon,
en Cortazar, en Gelman, Rulfo, Idea villariño, en Neruda, en Vallejo y podría
seguir. Y luego, muy luego, en la cruz y en la espada.
Porque es que es con este idioma,
el castellano, con el que pienso y me pienso. Con este idioma, mal que nos pese,
para bien o para mal, es que podemos, nosotros los “hispanoamericanos”, ponerle
nombre a las cosas, llamar amor al amor, dolor al dolor, hablar de los pesares
o de la alegría que nos provoca a veces vivir o evocar a nuestros muertos para
que de alguna manera, no mueran del todo. Para que en la palabra sigan vivos.
Por eso, porque el 12 de octubre
no queríamos celebrar ninguna invasión sino en todo caso, encontrarnos o
reencontrarnos con el valor de la palabra, es que decidimos salir en busca de
otro tipo de reunión.
II
-Menudo
desfile nos hemos montado!-
Víctor hablaba con su vos ronca mientras movía sus manos por el aire como
dibujando sus palabras.
-Yo
miraba los aviones volar sobre Madrid y flamear la bandera y que se me ponía la piel
de gallina joder!-y
pintaba en el aire el vuelo de los aviones y la bandera flameante, pero sobre
todo reía - Cabrones hijos de puta! Cómo se
puede festejar tamaño genocidio…- y de pronto callaba.
Cuando llegamos a España y comprendimos de que la iban estos festejos, entendimos que teníamos tres opciones, la primera era transitar este día como si fuera uno más, cosa que no nos agradaba demasiado, la segunda era ir a ver el desfile militar solo para indignarnos y masticar esa indignación en silencio (idea, esta última que nos agradaba aún menos que la primera), y la tercera, la que finalmente hicimos, era celebrarlo de otro modo
Pero para esto deberíamos superar dos etapas: La primero era averiguar si existía en Madrid algún tipo de acto, o encuentro o lo que sea, en el que pudiésemos pasar este 12 de octubre dignamente, y la segunda, sumarnos a él
Google nos envió directamente a un evento que organizaba un grupo de jóvenes anarquistas, comunistas, comuneros y anticapitalistas, que se llamaba “Nada que festejar”. Este encuentro se realizaba en un barrio de Madrid, llamado Vallecas. Hacía allí nos dirigimos.
Cuando llegamos a España y comprendimos de que la iban estos festejos, entendimos que teníamos tres opciones, la primera era transitar este día como si fuera uno más, cosa que no nos agradaba demasiado, la segunda era ir a ver el desfile militar solo para indignarnos y masticar esa indignación en silencio (idea, esta última que nos agradaba aún menos que la primera), y la tercera, la que finalmente hicimos, era celebrarlo de otro modo
Pero para esto deberíamos superar dos etapas: La primero era averiguar si existía en Madrid algún tipo de acto, o encuentro o lo que sea, en el que pudiésemos pasar este 12 de octubre dignamente, y la segunda, sumarnos a él
Google nos envió directamente a un evento que organizaba un grupo de jóvenes anarquistas, comunistas, comuneros y anticapitalistas, que se llamaba “Nada que festejar”. Este encuentro se realizaba en un barrio de Madrid, llamado Vallecas. Hacía allí nos dirigimos.
-Vallecas
no siempre fue un barrio, esto era un pueblo, pero hace años el gobierno lo
anexó a la ciudad. Es que aquí en este lugar jamás ha ganado la derecha. Este
es un barrio combativo-
Víctor habla con orgullo de su barrio. Ha pasado toda su vida luchando: de muy
joven contra el franquismo y luego contra el engaño del período de “la
transición” o, como le gusta llamarlo a él, “de la traición”.
-Mirá,
la “ley mordaza” no hace más que adaptar a los nuevos tiempos las leyes de la
transición-
Carlos tiene 42 años, y se apasiona cuando habla de política. A su lado Carmen, una mujer de
mediana edad, de pelo oscuro y recogido nos convida con una “miga”- es la comida de los pobres- nos
aclara- cuando nuestros padres no tenían
ni pa´ comer, se juntaba lo poco que había: algo de tocino, cebolla, lo que
sea, al pan duro se lo trituraba y todo se eso se lo mezclaba con aceite y sal
y queda bien rico…
Llegamos al barrio de Vallecas, a eso de las 3 de la tarde, y luego de recorrer como diez estaciones de metro, y de caminar varias calles serpenteantes, siempre cuesta arriba, llegamos al n° 2 de la calle puente de los milagros.
Llegamos al barrio de Vallecas, a eso de las 3 de la tarde, y luego de recorrer como diez estaciones de metro, y de caminar varias calles serpenteantes, siempre cuesta arriba, llegamos al n° 2 de la calle puente de los milagros.
No sé qué esperábamos encontrar,
pero lo que encontramos fue un edificio, que había sido construido para que
funcionara una escuela, pero que presentaba signos de haber estado abandonado durante años y que luego de hacía
cierto tiempo había sido ocupado por un grupo de jóvenes militantes con la idea
de recuperar el espacio para la comunidad.
-Veremos
si las nuevas autoridades del ayuntamiento hacen lo que dicen y no solo no los
corren sino que además los ayudan-
nos dirá luego, un hombre de unos cincuenta años que está ahí para brindar su
apoyo a la lucha juvenil.
Había que tocar un pequeño
timbre, lo hicimos y luego de hacerlo, una muchacha nos abrió la puerta.
Se produjo un breve silencio en
el que todos nos mirábamos pero nadie
atinaba a decir nada hasta que Nadia rompió el silencio –¿Acá es lo de “nada
que festejar”?-
La muchacha mostró por fin su
sonrisa
- Si claro! Pasen!
El evento consistía primero en
un “almuerzo con comida popular” y luego dos charlas, la primera se llamaba
algo así como “la nación de Castilla como nación oprimida” y la segunda iba a
versar sobre la barbarie de la conquista española en américa. Nosotros nos
quedamos para el almuerzo, que disfrutamos mucho y para escuchar la primera
charla.
El almuerzo constaba de ensalada
de tomate, cebolla con chorizo frito y picado, hamburguesas, sándwiches de lomo
y de cerdo, y algunas viandas que algunos participantes habían llevado para
compartir. Nos dispusimos a lo largo de varias mesas de plástico que ocupaban
el centro de lo que hubiera sido el patio central de la escuela, y nosotros nos
sentamos en unas de las sillas que rodeaban esas mesas.
El azar hizo que me sentara al
lado de Víctor, y el mismo azar, hizo que en medio de uno graciosos comentarios
acerca del desfile militar, se hiciera un silencio y que varias de estas
personas se nos quedaran mirando como esperando algún comentario de nuestra
parte. O quizás no, quizás simplemente fui yo quien se sintió obligado a dar
cuenta de algo de lo que se estaba diciendo y no sabía bien que decir:
-Si,
bueno... en verdad nosotros somos argentinos- comencé a explicar- y cómo estábamos en Madrid y no queríamos
ir a ningún desfile militar, pero tampoco hacer como si nada, buscamos en internet a ver si encontrábamos algo o
algún lugar a dónde ir a “no festejar”, y dimos con ustedes…
En el acto hizo un silencio que
se prolongó hasta que la mujer que estaba delante de mí estalló de alegría, y mientras
señalaba al grupo de jóvenes que ya empezaba a traer las bebidas dijo casi a
los gritos:
-Es que ustedes no sois amigos
de los chicos? – y luego señalándonos y dirigiéndose a todos los presentes -Que
estos compañeros se han venido a pasar con nosotros, y que no conocen a nadie,
que mira, que se ponen los pelos de punta, joder, que maravilla!
Ya Nadia, mi esposa, había
anticipado que esto podría llegar a ocurrir: “en cuanto descubran quienes somos
y porqué estamos acá, podemos convertirnos aunque sea por unos momentos, en la
atracción de la fiesta…”
Y fue lo que ocurrió: que tomen estas cervezas, que prueben estas
migas, y estos pimientos fritos que están deliciosos y que los hemos cosechado
hoy mismo de la huerta que tenemos aquí detrás, pero coman algo, que desde cuándo
están en Madrid, que hasta cuándo se quedan, y que emoción que nos da…
La conversación lentamente giró
entonces a la política, a la situación de España, a las luchas que se viven en
estos tiempos, hasta caer, naturalmente en la guerra civil.
Fue Nadia la que desplegó un comentario
que llevaba implícita una pregunta de la que, en parte, ya sabíamos la respuesta
-Siempre nos resultó muy llamativo que no
hubiera nada, en casi ningún lado de los que hemos estado, que recuerde la
lucha, los muertos republicanos- dijo
-Mira,
es que aquí hubo un golpe de estado, y luego, bueno, que luego nos masacraron… -Víctor volvía a tomar la palabra- Ellos dicen, hubo una guerra y que somos
los vencedores y punto.
Pero
en verdad fue un golpe de estado, y que nos han masacrado, en mi familia hay
pila de muertos.
Hoy
mucha gente dice, “es que los rojos solo quieren subsidios”… joder… ¿Subsidios?
Solo queremos que nos dejen encontrar a nuestros muertos…
Y
ha tenido que venir una jueza de Argentina a plantear que los crímenes del
franquismo no prescriben porque son de lesa humanidad… una vergüenza.
Carlos intervino señalando a Víctor
- Este hombre, así como lo ves, luchó
toda su vida…-
-Es
que acá no ha cambiado nada-
Insistía Víctor que ahora parecía dialogar con su amigo-
Que
con el cuento de la transición, y con la constitución del 77, y luego la
amnistía…
¡La
amnistía solo para ellos! Que al otro día las cárceles estaban llenas otra vez
de los nuestros.
-Y
bueno, si miras los nombres de las calles de Madrid, están repletas de nombre
de torturadores y asesinos-
-Y
ahí lo tienes a Fraga, sin ir más lejos ¿No? Ministro de Franco… Ese tío firmó órdenes
de fusilamientos y es el fundador del Partido Popular y lo tienen como un héroe
de la democracia…
-¿Es
que nos han traicionado no? En la transición estuvieron todos los partidos
políticos, la derecha, pero también el Socialismo y el partido comunista. Sobre
todo el partido comunista, el que más nos ha traicionado.
-Vos…
sos…
-estaba por terminar de preguntar ¿comunista?-
-¡Yo
soy comunista, claro!-
me adivinó Víctor- Siempre he sido
comunista y lo soy, y te lo digo con mucho dolor, que nos han traicionado...-
Y el aire del mediodía, se hacía
más espeso, y pesaba como las palabras que iban saliendo de la boca de ese
hombre curtido, de barba gris y ojos vivos.
-Muchos han muerto sin ver lo que hicieron luego, pero lo cierto es que nos han traicionado.
Durante muchos años, ya en la transición, o en la democracia, salías a la calle y te jugabas la vida…-
Y entonces su vos parecía más
grave, cómo si viniera de otro tiempo.
-Y salías a la calle y no sabía si volvías, ni si volverías a ver a tus compañeros, a tu familia, a tus hijos… Que yo recuerdo a todos mis compañeros… y que te los podría nombrar uno a uno ahora mismo, a Arturo Ruiz a Mari Luz, Jesús Zabala, Pepe Montañés, Emilio Martínez, Arturo Pajuelo, Jorge Caballero, Francisco Clemente, Pedro Martínez, Romualdo Barroso, José Castillo García, Juan Manuel Iglesias, a Pancho, a Germán Rodríguez... - Hizo una pausa, respiró profundo…
-Y
mira que se me pone la piel de gallina, y que me emociono también…
Se
hizo un silencio pesado y en esos segundos se condensó el barro de 80 años de
historia española.
Para ese entonces yo ya ni podía
hablar, un nudo infinito me atravesaba la garganta, tampoco podía ocultar la
emoción, ni quería, solo podía sostener mi mirada húmeda y borrosa en otras que
también brillaban húmedas y borrosas.
El sol iluminaba la tarde, y
solo flotaban algunas nubes en el cielo madrileño. Cuando salimos ese mediodía para
Vallecas, lo hicimos convencidos de que de ningún modo íbamos a participar de
un desfile militar, porque un 12 de octubre no hay nada que festejar, ninguna
invasión, ningún genocidio.
Porque la hispanidad que,
llegado el caso podríamos celebrar, era otra cosa y no tenía nada que ver
con sacar máquinas de guerra a la calle.
Porque, de celebrar, habría que
celebrar la palabra, y su poder, porque es con este idioma, con el que pensamos
el mundo, y con el que nos pensamos a nosotros mismos.
Y eso fue lo que hicimos esa
tarde en Vallecas, en el barrio combativo de Vallecas, ese en el que nunca
jamás ha ganado la derecha, en el que todo lo han conseguido luchando.
Eso hicimos en esa escuela
ocupada, con los hombres y mujeres que nos convidaron con cerveza, y con miga,
con pimientos fritos, con tomates, con cebollas y chorizos picados.
Eso. Celebrar la palabra con la
podemos ponerle nombre a las cosas, llamar amor al amor, dolor al dolor, hablar
de la alegría de los días por vivir o evocar a nuestros muertos, para que al nombrarlos vuelvan a estar con nosotros, a pesar del tiempo y de las
derrotas, para que en la palabra sigan vivos.
aclaraciones:
De las personas con las que compartimos el almuerzo en la escuela de Vallecas, solo Víctor conserva nombre verdadero, el resto de los nombres, han sido inventados, simplemente porque no pude retenerlos en mi memoria.
Del mismo modo y por la misma causa, los nombres de los compañeros asesinados durante la transición, que Víctor en verdad enumeró hacia el final del almuerzo, no son los yo escribí. No obstante, los compañeros mencionados han sido, en efecto, víctimas de la represión post franquista y pueden leerse en el libro "La sombra de Franco en la transición" de Alfredo Grimaldos.
En cuanto a todo lo demás es tal cual mi memoria y mi corazón lo recuerda.
aclaraciones:
De las personas con las que compartimos el almuerzo en la escuela de Vallecas, solo Víctor conserva nombre verdadero, el resto de los nombres, han sido inventados, simplemente porque no pude retenerlos en mi memoria.
Del mismo modo y por la misma causa, los nombres de los compañeros asesinados durante la transición, que Víctor en verdad enumeró hacia el final del almuerzo, no son los yo escribí. No obstante, los compañeros mencionados han sido, en efecto, víctimas de la represión post franquista y pueden leerse en el libro "La sombra de Franco en la transición" de Alfredo Grimaldos.
En cuanto a todo lo demás es tal cual mi memoria y mi corazón lo recuerda.
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