domingo, 23 de diciembre de 2012

Regalos (18/12/12)

por Rolando De Marco

  Mis hijos saben desde hace algún tiempo que ni papá Noél, ni los reyes magos existen. Que son lo padres y ya. 
  Pero esto no quita que esperen ansiosamente, como casi todos los niños y para esta época, los regalos de la ocasión.
  Ahora bien, por esas cosas del mundo de los adultos, que nos entusiasmamos en prometer cosas que no sabemos si podremos cumplir, este año, para las navidades esperaban un regalo importante, de esos costosos y sofisticados, de esos que solo los reyes magos si existieran hubieran podido, en este caso, regalarles. 
  Finalmente hicimos cuentas, sumamos las deudas y los mismos adultos que prometimos el oro y el moro, tuvimos que aceptar que ese regalo que los niños esperaban, se escapaba de las posibilidades de nuestros bolsillos. Así que, dadas las circunstancias, decidimos dar la cara, decir la verdad y afrontar las consecuencias. 
  La conversación la tuve yo, una noche en la que dormian en mi casa, mientras preparábamos la cena.
  Estábamos solos y pensé que era un buen momento: Estábamos tranquilos, una bella música inundaba la casa, afuera no se escuchaba más que algún sonido lejano de la calle o de los vecinos. Así que les dije que quería hablarles de algo importante, que por favor se acercaran. 
  Nos sentamos y empecé recordándoles que ellos ya sabían muy bien que la verdadera identidad de papá Noél y de los tres reyes Magos no era otra que las sus propios padres, de modo que lo que les quería decir era que ese regalo que esperaban para estas navidades, era muy costoso y que por eso mismo, no se lo íbamos a poder dar este año, y que en verdad, no sabía cuando se lo íbamos a poder comprar. Que lo sentía mucho, que los grandes a veces nos apuramos, que no pensamos bien lo que decimos etc, etc, etc... 
  Esperé, atento por lo que pudiera suceder, estaba preparado para recibir una respuesta dura, algún solapado o franco reproche. Sin embargo se oyó la voz despreocupada de Lucía: “bueno papá, no hay problema pedimos otra cosa.” 
  Algo sorprendido pero sin perder del todo mis reflejos, les propuse que hicieran una nueva lista de regalos. 
  La propuesta los entusiasmó y ahí mismo se abocaron a escribir dos hermosas cartas que empezaban diciendo...: “Querido papá noél”. 
  En ellas consignaron listas de regalos que iban desde un casco para bicicleta hasta un gorro de sol, pasando por botines de fútbol, una remera “sin hombro”, una plantilla de corcho para colgar de la pared de su habitación y pinchar cositas en él, un poster de algún músico, zapatillas verdes, discos de Charly, Spinetta y Michel Jackson, algún libro "intersante", juegos para la compu, un pantalón corto, y alguna que otra cosa que no recuerdo ahora. 
  Lucía, que como toda mujer, al decir de mi amiga Jimena Ieraci, tiene un sentido más práctico de las cosas, cada tanto me preguntaba si tal o cual regalo, estaba o no al alcance de nuestro presupuesto. Y los dos me recordaban a cada instante que, dadas las circunstancias, la lista iba a ser muy larga porque se trataba de poder darle opciones al pobre Papá Noél... 
  Aproveché el hermoso momento para sacarme una duda y les pregunté por lo que habían sentido cuando se enteraron (cada uno a su tiempo) de la verdad, cuando supieron sin más sombras de dudas que ni el señor que viste de rojo y usa una exuberante barba blanca y que viaja, según la leyenda, por los aires en un trineo volador tirado por renos, igualmente voladores, ni esos tres monarcas misterios que vagan por las noches montando camélidos (todos repartiendo en el lapso de segundos millones de regalos) eran personajes reales. Que, en fin, eran meros seres imaginarios. 
  Pregunté y esperé otra vez su respuesta: mi temor era, evidentemente, que sintieran que sus padres les habíamos mentimos, cosa que desde luego, era verdad. 
  Fue Juan, quien ahora tomaba la palabra: “No papá, ustedes no nos mintieron, esto es un juego de la fantasía” explicó, mientras Lucía acentía con el gesto y la mirada. 
Ah, claro, tienen razón” dije yo. 
  Luego, cada uno concentrado en la suya, terminaron de escribir las cartas, me las mostraron para que tomara debida nota de sus pedidos, después hicieron algunas correcciones de estilo y de ortografía, - no vaya a ser cosa que por la omisión de alguna Hache faltase algún regalo - las guardaron en sus respectivos sobres, los cerraron bien, y por fin, mientras en el cielo crecía la noche, las colocaron cuidadosamente entre las ramas del árbol de navidad.